Bodegas Figuero: el lado más familiar (y más curioso) de la nueva Ribera del Duero
José Luis Rodríguez Martínez visita Bodegas Figuero y cuenta una historia de familia e identidad en La Horra (Burgos)
En el municipio de La Horra, en el corazón de la Ribera del Duero, se encuentra Bodegas Figuero. La sociedad, constituida formalmente en el año 2001, es un proyecto familiar que camina ya por la tercera generación de viticultores.
La historia de esta empresa es un ejemplo de la transformación que en el último medio siglo ha vivido la propia zona. Sus fundadores, José María García y Milagros Figuero, habían trabajado durante décadas en el campo, cultivando las viñas que habían recibido como regalo de boda en 1961.
Pero fue con el cambio de siglo cuando decidieron crear su propia marca, empujados por la vocación de hacer algo distinto y, a la vez, por el entusiasmo redoblado que la Denominación de Origen -creada dos décadas atrás- seguía insuflando entre los productores: pasar de ser agricultores a bodegueros.
Hoy, Bodegas Figuero cuenta con más de 80 hectáreas de viñedo y una producción anual que supera las 350.000 botellas, con presencia en Europa, Estados Unidos y Asia, entre otros mercados.
No son cifras desmesuradas, pero la sitúan entre los proyectos familiares de mayor dimensión de la Ribera del Duero. Son, en esencia, números que le permiten mantener un control directo sobre la uva y sobre el proceso de elaboración sin perder su vocación artesanal.
Ochenta parcelas y una misma filosofía
Es de hecho esa escala, la numérica y la familiar, la que permite a la saga Figuero combinar la precisión técnica con un conocimiento agrícola acumulado durante generaciones. La innovación, en su caso, no responde a una búsqueda estética ni a una carrera tecnológica. Lo hace a la voluntad de entender cada palmo de terreno y de reflejar mejor sus matices.
Esta apuesta por la diversidad es una estrategia enológica y un principio de la casa. La bodega cuenta con hasta ochenta parcelas distintas en las que el viñedo cambia de textura, orientación, pendiente y temperatura en cuestión de pocos metros.
Sus suelos alternan entre arcillas, calizas y arenas con cantos rodados, un mosaico típico de esta parte burgalesa de la Ribera del Duero. El clima castellano aporta a La Horra inviernos fríos, veranos secos y fuertes contrastes térmicos. Solo la altitud se mantiene estable, entre 800 y 900 metros sobre el nivel del mar.
Todo ello permite que las uvas maduren lentamente y conserven, a la vez, su frescura. Eso sí, cada parcela a su ritmo: la vendimia de una plantación puede adelantarse hasta quince días respecto de otra situada a menos de un kilómetro.
Como recuerda Jesús Felipe Martín, director comercial de la bodega, el objetivo es “entender y respetar el comportamiento de cada viña, no homogeneizar ni forzar”.
Esa manera de entender la tierra se traduce en un trabajo paciente y de observación constante, lo que hace que cada decisión se toma con precisión casi quirúrgica, desde la poda hasta la fermentación.
Tinto fino y el clon histórico de La Horra
Bodegas Figuero elabora exclusivamente con Tinto Fino, una variedad que en su caso procede íntegramente de viñedo propio y del clon histórico de La Horra.
Ese material vegetal tiene su origen en las replantaciones posteriores a la filoxera, a comienzos del siglo XX, cuando los viticultores de la zona, con la ayuda de los Hermanos de la Sagrada Familia y del fraile Martin Dumas, conservaron y multiplicaron las cepas supervivientes en lugar de recurrir a clones comerciales.
Aquella práctica de selección masal generó una población vegetal heterogénea, adaptada al clima extremo y a los suelos arcillo-calcáreos del entorno. Décadas más tarde, cuando en otras zonas de la denominación -especialmente durante las concentraciones parcelarias de los años setenta- se replantaron clones procedentes de viveros de Rioja o del Penedès, La Horra no participó en ese proceso.
Esa circunstancia explica por qué hoy el municipio conserva un viñedo singular, con cepas viejas de racimos pequeños y piel gruesa, perfectamente adaptadas al terreno.
Figuero ha hecho de esa herencia su principal patrimonio: mantener un material vegetal propio, diverso y coherente con el paisaje que lo vio nacer, y que define el carácter equilibrado y expresivo de sus vinos.
Vinos de pueblo, de paraje y de viñedo singular
La diversidad del viñedo encuentra su continuidad en la bodega. Cada parcela se vinifica de forma independiente para preservar sus matices. Eso permite a la familia Figuero construir una gama coherente y jerarquizada de vinos, que distingue entre vinos de pueblo, de paraje y de viñedo singular.
Esta clasificación, reconocida por la Denominación de Origen desde 2019, establece distintos niveles de origen según la procedencia exacta de la uva: los vinos de pueblo proceden de un único término municipal; los de paraje, de una zona concreta dentro de ese término con características homogéneas de suelo y altitud; y los de viñedo singular, de parcelas registradas y certificadas individualmente por su carácter excepcional.
Para Figuero, se trata de una manera de reconocer el terruño como parte esencial del vino y de trasladar al consumidor la particularidad de cada viña. Pero es, ante todo, una forma de competir desde la identidad: un camino entre lo enológico y lo comunicativo que muchas bodegas de la Ribera del Duero han adoptado para distinguirse en un mercado saturado, sin renunciar a sus raíces.
Huevos, tinas y barricas para ganar precisión
La bodega emplea distintos sistemas de fermentación que le permiten adaptar el proceso a las características de cada uva: depósitos de acero inoxidable, huevos de hormigón y fudres y tinas de madera de 5.000 litros.
En los huevos de hormigón, donde no existen esquinas ni elementos mecánicos, el mosto permanece en suspensión natural, con mínima intervención y una oxigenación constante que aporta equilibrio y textura, sin interferencias aromáticas.
En las tinas y fudres, el propósito es aportar taninos de manera controlada, combinando estructura y volumen, y evitando que la madera nueva domine.
En todos los casos, los remontados son suaves, orientados a mover las lías y favorecer una extracción progresiva, más centrada en la elegancia y el equilibrio que en la extracción.
La crianza mantiene la misma lógica. Figuero utiliza barricas de roble francés y americano, con distintos niveles de tostado y una proporción de madera nueva que rara vez supera el treinta por ciento. El objetivo no es marcar el vino, sino mantener la fruta, la tensión y la frescura que caracterizan al Tinto Fino de La Horra.
La familia, por supuesto
Pero lo realmente singular de esta bodega burgalesa no es ya la diversidad de sus viñas, ni sus prácticas enológicas en continua experimentación, ni siquiera sus excelentes vinos. Lo distintivo es su modelo de gestión familiar, donde más allá de los lazos de sangre destaca la naturalidad con la que tres generaciones se implican y dialogan para construir el futuro de la empresa.
La estructura del negocio es reducida y el sistema de toma de decisiones, participativo: campo, bodega y mercado se coordinan con la misma lógica de cercanía y equilibrio que guía su forma de elaborar. Todas las decisiones son mancomunadas y consensuadas, fruto de la conversación diaria entre los integrantes del “clan”.
Basta conocer a Jesús Felipe Martín o a Cristina M. Figuero, responsable de comunicación y representante de la nueva “añada” de profesionales de la casa, para entender hasta qué punto esas decisiones se toman con rigor, entusiasmo y una alegría a prueba de bombas.
Ese enfoque ha permitido que Figuero crezca sin perder escala humana. La bodega combina hoy la visión de los fundadores, José María García y Milagros Figuero, con una gestión moderna orientada a la calidad, la sostenibilidad y la presencia internacional.
Renovación de marca y enoturismo
El sello de la nueva generación se percibe también en la renovación de la marca: un diseño más limpio, un lenguaje visual centrado en el origen y una comunicación que pone el foco en la autenticidad del viñedo y la familia.
En paralelo, Figuero ha consolidado una clara vocación enoturística. La bodega ofrece una experiencia directa y hospitalaria que hace que el visitante se sienta “como en casa”, en un entorno privilegiado donde se pueden descubrir las bodegas subterráneas de La Horra o la iglesia barroca de Nuestra Señora de la Asunción.
El siguiente paso de Bodegas Figuero será la apertura de un nuevo edificio social dedicado al enoturismo, concebido como un espacio abierto para integrar visitas, catas y experiencias vinculadas al paisaje y la cultura local. Será, en cierto modo, la extensión natural de esa vocación de cercanía que caracteriza a la familia.