Los nuevos vinos manchegos: rebelión silenciosa en Fenavín 2025
José Luis Rodríguez Martínez comprueba en Fenavin 2025 la transformación de los vinos de Castilla-La Mancha
Han pasado ya algunos meses desde la celebración de la Feria Nacional del Vino (Fenavin) en Ciudad Real. Y, sin embargo, siguen siendo necesarias algunas reflexiones sobre la última cita de este certamen que, durante años, ha sido el mayor escaparate de la industria vitivinícola española.
Esas cuestiones no hablan tanto de cifras pese a lo bondadoso de las mismas: 21.000 compradores (casi un 10 % más que en ediciones anteriores), más de 1.900 bodegas participantes y decenas de miles de referencias en catálogo.
Lo que traen, sobre todo, es un cambio de fondo en el enfoque general y en la naturaleza de las apuestas de los productores: vinos más vivos, de menor graduación alcohólica, menos obsesionados con la madera, más sostenibles y con discursos de marca más audaces, pensados para conectar con una generación distinta de consumidores.
En ese sentido, pocas regiones han mostrado una transformación tan visible como Castilla-La Mancha, que aún arrastra el estigma de haber sido históricamente la gran despensa del vino europeo. Hoy, con 455.000 hectáreas de viñedo, 20 denominaciones de origen, más de 600 bodegas activas y 79.000 viticultores, la región comienza a redibujarse en Fenavin con otra mirada.
Y lo hace mostrando síntomas claros de renovación: foco en una identidad propia y diversa - como España misma-, reinvención de lo tradicional, y apertura a lo escaso, lo singular y lo inesperado.
Cinco empresas - cuatro albaceteñas y una ciudadrealeña - sirven de ejemplo para ilustrar esa triple dirección: Tintoralba, Bodega Santa Cruz, Pepe Rodríguez de Vera, Llámalo X y Bodegas El Progreso.
No es casual que tres de ellas estén ligadas a la DOP Almansa, una indicación que está emergiendo como una de las zonas más dinámicas de España gracias a una combinación poco común: altitud elevada (entre 700 y 1.100 metros sobre el nivel del mar), viñedos viejos de secano y una reinterpretación técnica de sus variedades tintas más icónicas: la Garnacha Tintorera, la Monastrell y la Cencibel (Tempranillo).
A esto se suma una convivencia equilibrada entre cooperativas en proceso de modernización y pequeños proyectos de autor. Más allá del caso concreto de Almansa, este modelo se reproduce en el conjunto de Castilla-La Mancha, donde las cooperativas son responsables de aproximadamente el 75 % de la producción regional de vino.
Una cuestión de altura
En este nuevo escenario, marcado por temperaturas crecientes y una demanda de vinos más frescos y accesibles, la altitud se ha convertido en una aliada estratégica. Permite conservar acidez y controlar el grado alcohólico. Además, ofrece a los elaboradores una herramienta clave para redefinir el estilo de sus vinos.
Algunas bodegas manchegas han entendido que subir en el mapa también es subir en definición, en tensión y en precisión enológica.
En Higueruela, la cooperativa Tintoralba ha ido más allá de lo previsible con su Blanc de Noir El Cantorral, elaborado a partir de Garnacha Tintorera, una de las pocas variedades con pulpa tinta.
Hacer un blanco con ella es una proeza técnica: exige prensados muy suaves, microfiltrados de precisión y un dominio absoluto del tiempo y la temperatura. El resultado -limpio, sutil, con fruta blanca y una boca tensa y ágil- es más que una rareza; es una declaración de intenciones sobre lo que puede ofrecer la provincia de Albacete cuando se desafían los clichés.
En un enfoque más introspectivo, Santa Cruz de Alpera aprovecha sus viñedos por encima de los 1.000 metros para elaborar vinos como Esencia Rupestre, donde la Garnacha Tintorera abandona su perfil más robusto para mostrar frescura, estructura medida y mineralidad.
Aquí, la altitud permite moderar la madurez, ganar acidez y expresar el suelo con mayor nitidez.
Lo antiguo como elección innovadora
En un pabellón lleno de etiquetas, botellas y stands clónicos, el espacio de Rodríguez de Vera no pasó desapercibido. Su propuesta recreaba en miniatura el paisaje diverso que da sentido a su proyecto: un mosaico de parcelas que va de Chinchilla de Montearagón a Manchuela, de Jumilla a la Ribera del Duero, y que trabaja con una selección precisa de variedades locales, tradicionales y, en algunos casos, casi desaparecidas.
Uno de los casos más expresivos es Sopla Levante - La Molineta, un rosado singular elaborado en 2022 con Valencí Negre, una variedad minoritaria del sur peninsular que apenas figura ya en los registros. Solo 600 botellas se produjeron, con fermentación espontánea en tinajas, sin filtrado ni artificios, y con una crianza de ocho meses sobre lías.
El resultado es un vino austero y limpio, con fruta tenue, salinidad y un perfil atemporal.
Pero si hay un proyecto que lleva más lejos la idea de rescate ese es Llámalo X, impulsado por el enólogo José Joaquín Ballesteros. Su Proyecto LP se elabora exclusivamente con Listán Prieto, una variedad tinta de pulpa clara que emigró hace siglos a América -donde aún sobrevive como “Misión” o “Criolla”- y que hoy apenas resiste en pequeños viñedos peninsulares.
El vino se vinifica en tinajas de barro, como las que durante siglos dieron fama a Villarrobledo, localidad donde se sitúa la bodega y que llegó a ser un referente nacional en la fabricación de estos recipientes.
Con solo 12 grados de alcohol, sin madera ni artificios, Proyecto LP apuesta por una expresión deliberadamente ligera, de tanino sutil, textura cremosa y gusto limpio en boca.
A simple vista, su color pálido y su fluidez recuerdan a un clarete. Pero no lo es. El parecido responde más al estilo que al método: no hay mezcla de variedades blancas, sino una tinta de baja carga antociánica, elaborada con mínima extracción.
Nuevos formatos, nuevos lenguajes
No todo se juega en la variedad o en el terruño. En Fenavín 2025, también se ha percibido una inquietud creciente por el formato, el discurso y la forma de conectar con el consumidor.
Ante un mercado que exige sostenibilidad, accesibilidad y códigos claros, algunas bodegas manchegas están empezando a explorar nuevas formas de estar en el mundo sin renunciar a lo que son.
Es el caso de Bodegas El Progreso, cooperativa centenaria de Villarrubia de los Ojos, que presentó en esta edición Vuive, una nueva marca pensada para la exportación. Sin maquillaje narrativo pero con intención gráfica, Vuive busca salir al exterior sin renegar del interior, con vinos frescos, directos y una presentación limpia, casi minimalista.
En paralelo, formatos como el “Bag in Box”, tradicionalmente asociados a productos de bajo coste, aparecen ahora vinculados a vinos ecológicos y jóvenes, con mayor vida útil y menor impacto ambiental. Lo que antes era visto como accesorio hoy se convierte en argumento: envase, logística y lenguaje como parte del vino.
Conclusión
España y, especialmente, Castilla-La Mancha, ya no quiere ser sinónimo de granel ni de etiquetas impersonales. Lo que deja esta edición de Fenavín no es un giro radical pero sí un conjunto de cambios coherentes que apuntan al deseo de reinterpretar la propia identidad y papel del sector vitivinícola nacional.
Pero esa transformación, aún fragmentada, necesita algo más que singularidades. Requiere una narrativa compartida, reconocible y plural, que ayude a nombrar esta apuesta. No ya desde la suma de proyectos personales, ni desde nacionalismos, regionalismos o localismos de campanario.
El reto pasa por producir mejor vino, sin duda. Y, ante todo, por aprender a contarlo, comercializarlo y conectarlo emocionalmente con el consumidor.
El enoturismo, las marcas con relato, el diseño del envase o incluso la forma de explicar un aroma pueden ser herramientas clave para reducir la dependencia estructural de una exportación sin identidad.
Talento y territorio hay. Solo falta unir las piezas y narrarlas bien.